Malva, de Silvina Ocampo


Era preciosa, pero de improviso se volvía fea. Sus enormes ojos, sin perder el brillo afiebrado, podían achicarse; su boca sin labios también. La recuerdo en un casamiento rodeada de flores el día que la conocí. ¡Pobre Malva López!. Como en las cabinas de transmisiones, en las paredes de su dormitorio había corcho; como en las ciudades muy frías, géneros rellenos de guata; como en los cuartos de juguetes para niños, colores celestes por todas partes. De igual modo los picaflores instintivamente hacen sus nidos con el algodón del palo borracho, que aísla los ruidos, con flores de tilo que son sedantes, con pétalos de jazmines del cielo que son celestes. Yo sé que tomaba en lugar de té agua de azahar y en lugar de aspirina, Sedobrol, que ya pasó de moda. No parecía sin embargo nerviosa.